El parto natural de Paola en el Hospital de Getafe es un camino de aprendizaje sobre si misma, ella siente que su mente no la acompañó como esperaba, pero la lectura de los acontecimientos desde la positividad la lleva a un Parto Positivo y a un encuentro mágico con Miguel, su bebé. ¡Muchas felicidades familia!
¡Hola! Me llamo Paola y el pasado 11 de julio di a luz a mi primer hijo, Miguel. Fue en muchos sentidos la experiencia más dura de mi vida, sobre todo a nivel físico, pero fue también una experiencia positiva y respetada, en gran parte gracias a la preparación que tuve con el curso de hipnoparto. Empecé con olas uterinas irregulares la noche del 9 de julio, que se fueron haciendo más intensas y regulares a lo largo del día siguiente.
La fase de dilatación fue como la esperaba: dura, intensa y, por qué no decirlo, con dolor, pero también navegable y bonita a su manera. Aplicaba las distintas técnicas aprendidas durante el curso y veía el efecto positivo que tenían. Lo que más me ayudó fue practicar la respiración ascendente y moverme libremente según me lo pedía el cuerpo: al principio, en cuclillas durante las olas y en el fitball entre olas; después pasé a la bañera con agua caliente y así pude relajar el sacro, donde se me concentraba toda la tensión.
Me repetía afirmaciones positivas y mantras que no solo me ayudaban a seguir adelante, sino que hacían hasta que tuviera ilusión por continuar. Comía de poco en poco para tener energía. Mi marido me acompañó en todo momento, animándome y hasta sacándome sonrisas. Retrasé todo lo posible el momento de ir al hospital, ya que yo estaba súper bien en la bañera y tenía miedo a que me mandaran de vuelta y tener que aguantar las olas uterinas en 3 viajes en coche (ida, vuelta y más tarde ida otra vez).
Cuando por fin fui, me sorprendió gratamente enterarme de que estaba ya dilatada de 8 cm, ¡había hecho casi todo el trabajo en casa! Me había estado informando y elegí el Hospital de Getafe para dar a luz, pese a que no es el que me corresponde, por sus políticas de parto respetado. La llegada fue agridulce porque no pude pasar a una sala especial que tienen de parto de baja intervención, ya que para entrar tienes que tener una PCR negativa, y al ser fin de semana de madrugada no estaba el técnico que examinaba las pruebas. Sin embargo, las matronas hicieron todo lo posible para que el paritorio normal replicara lo máximo posible lo que habría vivido en esa sala: me trajeron colchonetas y lianas, me pusieron monitorización inalámbrica que me permitía moverme como quería y hasta ir a la ducha…
Y, poco rato después de llegar, comenzaron los pujos, la fase descendente. Aquí tengo que reconocer que es cuando las cosas se empezaron a torcer, y fue porque poco a poco iba tirando por la ventana todo lo que había aprendido. Veía que el tiempo pasaba y aquello no avanzaba, y me iba poniendo cada vez más nerviosa. Además, era de madrugada y estaba tan exhausta por llevar tanto tiempo de esfuerzo y no dormir que, pese a que cada momento de empujar me resultaba muy doloroso (lo siento, así fue), entre pujos tenía que poner todo de mi parte para no quedarme dormida, se me cerraban los ojos. Con lo cual, cada vez se me espaciaban más los pujos, y en consecuencia el parto se ralentizaba, y yo me ponía más nerviosa… Dejé de confiar en mí misma, dejé de controlar la respiración, se me olvidó todo lo que sabía sobre esta fase y, sobre todo, dejé que mi parte “racional” tomara el timón sobre la instintiva. Y esa no suele ser la alegría de la huerta.
Llegó un momento en el que no podía dejar de balbucear, una vez tras otra: “no puedo más, no puedo más, no puedo más”. Estaba convencida de que me iban a tener que sacar al niño. Vale, y entonces, ¿dónde está lo positivo en esta historia? Pues en realidad hubo muchísimas cosas. Mi marido estuvo conmigo todo el tiempo, a mi lado, tocándome, pues sentir su tacto me ayudaba a relajarme, y su presencia me tranquilizaba ya que sabía que él no dejaría que me hiciesen nada malo o aprovecharan mi debilidad para hacerme algo que yo no quisiera o no habría aceptado en otras circunstancias. Las matronas me atendieron de forma excelente, animándome y diciéndome que lo estaba haciendo súper bien. Y, sobre todo, me sentí en todo momento respetada en mis decisiones.
Me siguieron dejando total libertad de movimientos, sin importarles tener que reajustar las cosas según me cambiaba de postura. Y menos mal, porque en la única postura en la que no era capaz de empujar ni un poquito era en la silla de partos boca arriba, y acabé dando a luz en una postura de lo más inusual, tumbada de lado y agarrada a una liana del techo.
Tampoco me juzgaron por cambiar de opinión respecto a mi plan de parto cuando pedí más tactos vaginales pese a haber escrito que solo quería uno. Me preguntaban cada vez que se acercaban a hacerme algo o querían darme alguna sugerencia.
En algunos puntos sí mantuve lo instintivo, y me sentí poderosa con ello. Por ejemplo, no tuve ninguna inhibición a la hora de gritar como necesitaba, y hasta yo misma me asombraba de los sonidos que salían de mi cuerpo. Tampoco intenté contener pis o caca y, aunque al final no salió nada, lo importante es que no estuve contrayendo artificialmente por ahí abajo.
Cuando finalmente nació mi hijo, tras 5 horas de fase descendente, poder abrazarle fue mágico.
Tuvieron que intervenirme porque me dio una pequeña hemorragia en el útero (a todo esto, el parto había sido completamente natural hasta entonces), pero aún así me dejaron al bebé una hora piel con piel mientras tanto, lo cual agradezco enormemente.
Después, como tenían que seguirme interviniendo, nos separaron, pero pudo seguir haciendo piel con piel con mi marido. Siempre digo que el momento más emocionante para mí fue cuando por fin pararon la hemorragia y me llevaron a la habitación, y pude ver a mi marido y mi bebé abrazaditos… se me saltaron las lágrimas. Aunque las intervenciones postparto fueron quizás lo más duro de todo, porque aunque los pujos me habían costado mucho pero una vez nació el niño pensaba que ya todo había acabado y resultó que no, y además aquí ya nada fue natural, seguí sintiéndome bien tratada, cuidada y respetada. Me iban explicando todo lo que hacían y por qué. Todo el personal que entraba se presentaba. Y, ante mis continuas disculpas por llorar, moverme o temblar, me reafirmaban en que no pasaba nada y que lo estaba haciendo muy bien.
Con todo, creo que en lo que más se ha notado la buena preparación al parto ha sido precisamente en el postparto. Pese a que al dar a luz yo pensaba que me habría desgarrado entera, no tuve absolutamente nada de desgarro, ni de los pequeñitos. Tras ponerme un hielo en la zona durante un rato, la sentía completamente normal. Y al día siguiente hice mis ejercicios de suelo pélvico y era capaz de controlar e involucrar todos los músculos. Atribuyo esto a haber trabajado el suelo pélvico todo el embarazo y haber hecho masaje perineal las últimas semanas. Y, a pesar de que había sentido el trabajo de parto sobre todo en el sacro, tan solo me salió una pequeña hemorroide que ni siquiera me molestaba a la hora de ir al baño. Mi recuperación física postparto ha sido en ese sentido magnífica.
Y todo esto me ha servido para aprender de cara a la próxima vez. Cuando (si Dios quiere) vuelva a dar a luz, confiaré más en mi cuerpo, sabré que soy capaz, que tengo el poder. Ya sé en qué puntos tengo que trabajar. Además, esta vez lo del parto en el agua me parecía algo que no iba conmigo, pero tras la experiencia con lo bien que me sentó estar en la bañera durante la dilatación, es algo que quiero probar para todo el parto.
Es decir, dar a luz fue duro pero me siento con fuerzas y ánimo para repetirlo, sobre todo después de haber visto que puedo hacerlo y lo bien que en realidad estaba haciéndolo mi cuerpo, pese a que mi yo racional pensaba que no. Pienso recomendar el curso de hipnoparto a todas mis amigas. Soy una persona a la que el conocimiento la reafirma y empodera, y el saber qué estaba pasando a nivel hormonal y mecánico en mi cuerpo fue fundamental para pasar el proceso. Además, soy desconfiada por naturaleza y odio sentir que me manipulan, por lo que contar con la información para tomar mis propias decisiones y saber respaldarlas, así como elegir un sitio en el que el personal respetaba eso, fue algo que hizo que lo pasara mucho mejor.
Lo último que habría querido en ese momento es estar teniendo que tomar decisiones que no hubiera pensado de antemano, o quizás aún peor, tener que lucharlas. Estoy sumamente agradecida a Carmen por crear esta preparación al parto tan completa, a mi marido por compartir mi visión y deseos y haber sido un pilar fundamental durante el proceso de parto, al personal del hospital por su respeto y trato humano, y a Dios por darme un cuerpo capaz del milagro de traer al mundo una nueva vida.
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Recuerdo gritar muy fuerte “vieneeee” y empujar, y sentir como mi pequeña asomaba y se metía. En el siguiente pujo, mi pareja me dijo que la veía, que tocase su cabeza, y sentí su pelo. Al siguiente, la cabeza empezaba a salir, y al siguiente, su cabeza salió. Realmente fue la experiencia más impresionante de mi vida.
Sin duda, ha sido la experiencia más empoderadora, salvaje e intensa que he vivido nunca. El curso es maravilloso y realmente me ayudó a estar preparada para ese día. A quitar miedos y a estar preparada para cualquier escenario. Sin las clases, no se como lo habría llevado.
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