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El emotivo y sanador parto de Ana en el coche, a escasos metros del Hospital de Jerez

05/25/2021

Hoy os comparto el precioso parto de Ana en el coche, este parto tiene mucho poder, desde que empezó el trabajo de parto en casa, hasta que Ana coge las riendas en el hospital después de haber parido en el coche. Es un relato lleno de emoción, de amor e incluso de humor. ¡Muchas felicidades familia!

Abril de 2020, comienzo de una pandemia que todo lo apagaba, pero llegó mi segundo embarazo para iluminarlo todo de nuevo.  Cuando me quedé embarazada de mi segundo bebé fue una alegría inmensa pero pronto volvieron los miedos al parto.  

Quedé muy traumatizada de mi primer parto, me sentí una marioneta a la que manejaban a su antojo, una niña pequeña a la que no le explicaban nada. Los sanitarios fueron los protagonistas y directores de mi parto, yo sólo estaba de paso al parecer. Tuve pesadillas con la anestesista hasta meses después del parto y justo cuando me volví a quedar embarazada volvieron las pesadillas y los nervios.  

Fue entonces cuando me di cuenta de que necesitaba ayuda y te encontré. Te seguí en Instagram y vi que tenías un libro. Al comentárselo a mis amigas no tardaron en regalármelo. Mi mejor regalo de cumpleaños sin duda. Entre otros recursos, tu libro me ayudó a tener mi parto soñado.  

El sábado 12 de diciembre por la noche no me encontraba demasiado bien, estaba muy cansada y las olas uterinas que sentía ya venían acompañadas de un leve dolor, así que decidí acostarme temprano.  

Conseguí quedarme dormida sin problemas pero sobre las dos y algo me desperté, los dolores ya eran más intensos y no me dejaban dormir. A las 3:29 de la madrugada decidí levantarme y controlar la regularidad de las olas uterinas al ver que no cesaban. Y ahí estaba yo, iniciando mi trabajo de parto, paseando por el salón de mi casa controlando las olas uterinas con la aplicación del móvil. 

Enseguida me di cuenta de que todo había comenzado y sólo me dejé llevar. En mi plan de parto tenía pensado dilatar en casa, con tranquilidad y a mi aire, sin que nadie me controlara. Tenía claro que quería estar sola. Era mi momento, el que tanto había deseado que trascurriera solo como yo quería. 

 Así que no desperté a mi marido y empecé a hacer lo que me pedía el cuerpo. La organización siempre me ha llevado a la calma así que me puse a organizar los días de mi hijo mayor en los que yo no estaría presente, nada me preocupaba más que su bienestar en esos días. Subí y me eché esencia de lavanda en mi muñeca, es un aroma que había olido mientras hacía las respiraciones en el embarazo y me daba esos baños que tanto me ayudaron a relajarme en los últimos días.

Fui al cuarto de mi hijo mayor, lo miré, lo besé y le repetí lo mucho que lo amaba y después me puse a organizar su ropa y todo lo que le haría falta para esos días. Cuando terminé cogí los bolsos del hospital, metí todo lo que me faltaba y los llevé a la puerta.

Mientras organizaba todo esto hacía las respiraciones. Cada vez las olas uterinas eran más fuertes pero muy espaciadas así que entre una y otra seguía preparándolo todo, necesitaba moverme, pero cuando me venía sentía que me tenía que parar, agarrarme a algo de pie y ser más consciente de la respiración que hacía.

Hasta entonces todo el dolor era soportable pero empezó a ser más intenso. En ese momento, decidí sentarme y no hacer nada más que ser consciente de la respiración. Así que me dirigí al despacho y me senté en una silla, cogí mi folio de afirmaciones positivas y mi folio de las gracias, los leí en voz alta y firme y me quedé ahí sentada con los ojos cerrados, respirando y oliendo la esencia de lavanda que había echado en mi muñeca. No duré mucho ahí sentada, necesitaba moverme  y es que cada vez la intensidad de las olas era más fuerte, así que decidí darme un baño pero antes mi marido se despertó y me llamó. Me fui hacia la cama y le dije que estaba de parto pero que aun no quería irme que se quedara en la cama, y él me respetó, aunque no creo que lo hubiera hecho si hubiera sabido lo que venía después…jajaja

Llené la bañera con agua caliente, puse la luz tenue, eché esencia de lavanda en el agua e impregné un pañuelo con la misma para ponerlo cerca de mi. Puse la música que mi profesora de yoga ponía en sus clases, era la que siempre me ponía en mis baños. Me metí en la bañera y al hacerlo vi como estaba echando parte del tapón mucoso. Cerré los ojos y empecé a respirar, solo pensaba en la respiración, en nada más. 

 

De repente vinieron unos dolores más fuertes y ya tuve la necesidad de irme al hospital, sentía que algo estaba cambiado. Llamé a mi marido y le dije que llamaría a mi madre para que se quedara con nuestro hijo, que se arreglara deprisa porque algo había cambiado demasiado rápido. Justo antes de llegar mi madre sentí una ola uterina muy fuerte y grité, ya no quería estar sola, necesitaba a mi marido, no podía afrontar la ola uterina sola, quería agarrarme a él cuando la sentía.

Mi hijo mayor de cinco años se despertó con el jaleo y preguntó qué pasaba. Mi marido le explico que la hermana ya estaba de camino y que me dolía un poco la barriga. Cuando llegó mi madre estaba en medio de una ola uterina de la misma intensidad y ella al escucharme, subió corriendo y me preguntó que por qué había esperado tanto. Yo le expliqué que los dolores estaban siendo soportables y progresivos pero que de repente algo había cambiado muy rápido y estaban siendo demasiado fuertes. En ese momento apareció mi hijo con tu libro en la mano, dándomelo para que me lo llevara al hospital y besándome la barriga. Mi niño tan maduro y cariñoso, solo quería ayudar y buscó la manera de hacerlo.

En ese momento comenzó el caos porque me estaba costando controlar la intensidad de mis olas uterinas y yo gemía fuerte así que mi padre y mi marido empezaron a ponerse nerviosos. Mi hijo estaba en la planta de arriba y los demás estábamos abajo. Sergio, mi marido, iba y venía al coche pero no daba pie con bola, dio un viaje con todos los bolsos pero no llevaba las llaves del coche para abrirlo, la siguiente vez sí llevaba las llaves pero nada que meter en el coche…Mi madre no paraba de decir: “vete ya, ¡chiquilla vete ya!” Yo solo podía agarrarme a la silla o al sofá y respirar.

Una vez que Sergio ya lo tuvo todo montado, fui hacia el coche pero en el patio tuve que volverme, sentí una ola uterina demasiado fuerte y necesitaba parar, cerrar los ojos y respirarla. Entre en mi casa, me agarre a la parte de detrás del sofá y rompí aguas. Fue una sensación increíble, parecía que un globo de agua había explotado dentro de mi, sentí el movimiento del útero como ascendiendo y justo al terminar lo mojé todo.

En ese momento nuestro vecino llamó a mi marido para asegurarse de que alguien había venido para estar con nuestro hijo porque al escucharme vio que yo iba realmente justa. Sergio entró en casa para avisarme de que ya estaba todo listo, Mauro en ese momento gritó: – Papá ven a limpiarme que he hecho caca. Mi madre le pidió ropa para mi a Sergio para poder cambiarme así que Sergio mandó a mi padre a que limpiara a nuestro hijo.

Yo me fui al aseo, me senté en el váter mientras mi madre me cambiaba de ropa porque me lo había mojado todo. En ese momento escuchamos un ruido muy muy fuerte. Supe que alguien se había caído por las escaleras, pregunté quién. Mi madre me dijo que había sido mi padre pero que estaba bien. Mi respuesta fue: – ¿No tiene otro momento para caerse? Me vais a traumatizar. Me estoy riendo mucho recordando esta escena, digna de una comedia de cine. 

Sergio fue a socorrer a mi padre, y el aún en el suelo, lo miró y con voz firme y enfadada le dijo: -¡Mi hija primero! Sergio no se atrevió a decir ni una sola palabra y vino a por mi para dirigirnos al coche.

Al fin conseguimos llegar al coche y salimos. A unos pocos metros de mi casa sentí que comenzaba otra ola uterina muy fuerte y no paraba de gritar la intensidad que sentía. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que el final de esta historia estaba muy cerca. No podía imaginar un dolor más fuerte que ese así que fui consciente de que estaba en el momento del expulsivo. Las respiraciones ya no me hacían nada, no podía estar sentada y no sabía ni como ponerme en el coche. Probé con otra respiración que me había explicado mi profesora de yoga, en la que cuando estás en el pico más fuerte de la ola uterina, empiezan a ser más cortas, y esa respiración me alivió. Aun así el dolor que estaba experimentando era inmenso, no podía creerlo. De repente tuve muchas ganas de hacer caca, sin poder aguantarme y mis gritos empezaron a ser “Que me hago caca, Sergio que me hago caca”. Pero no fue así. La verdad es que esta historia tiene mucho de comedia.

En ese momento según mi marido íbamos a la mitad del camino y empecé a desnudarme, dice que me quité el pantalón y me toqué. Fue entonces cuando noté la cabeza de mi hija y empecé a gritar: – ¡Sergio no llegamos, de verdad que no llegamos! Él nunca imaginó que le hablaba de verdad, creyó que era otro de mis gritos de dolor y desesperación, pero no era así, yo supe que ya estaba aquí y que era imposible que llegáramos antes al hospital.

Sergio no paraba de decirme que sí, que estuviera tranquila, que nos quedaba poco y que sí íbamos a llegar. No paraba de repetirme eso una y otra vez hasta que yo le grité: – Sergio tú no me entiendes. – Lo siento Ana, lo siento por no entenderte. – Me respondió él. – Que no Sergio que no te estoy riñendo pero que tú no me entiendes, que te lo estoy diciendo de verdad, que no vamos a llegar, que ya está aquí, que toco su cabeza. – Le dije Aun así Sergio no se lo creía o no quería creérselo más bien. En una ola uterina noté que la cabeza salió un poco más y noté un bulto más grande. Yo tenía mi cadera apoyada en el reposabrazos de detrás de la palanca de cambios y mi cuerpo dejado caer en mi marido dejándole el brazo derecho hecho polvo con mis uñas. En ese momento sentí que era el final, que ya iba a salir y empecé a gritar una y otra vez: – Sergio que yo no puedo hacer esto sola, que no puedo de verdad que no puedo, que estoy sola. Pensaba en todo lo que había aprendido y tenía que buscar la manera de hacer fuerza con mis pies y relajar mi vulva. Como pude, puse mi pie derecho en la puerta y mi pie izquierdo en el salpicadero y apreté con todas mis fuerzas, pensé que la puerta no volvería abrir o que rompería el salpicadero, nunca había sacado tantas fuerzas. Dejé mi cadera donde estaba así que quedaba un hueco libre hasta el asiento y me abracé a mi marido gritando una y otra vez que no podía hacerlo sola. Sergio solo miraba hacia delante porque iba muy deprisa y tenía que estar bien atento a la carretera, pero entonces me dijo: – No estás sola Ana, yo estoy contigo. Y en ese momento nació mi bebe. Salió disparada, como si hubiera sido lo más sencillo del mundo. La miré, cayó en el asiento y se quedó justo de la misma postura en la que estaría dentro de mi. Era una estatua, no se movía en absoluto y ahí sentí miedo. Sergio entre mis gritos no se dio ni cuenta de que ya había nacido hasta que yo dije “Sergio que no llora”. En ese momento, se giró diciendo “¿Cómo va a llorar?” y la vio. La expresión de su cara no se me olvidará en mi vida, era de un terror inmenso. Más tarde me confesó que en ese momento pensó que nos moriríamos las dos, y es que el parto hoy en día parece ser que sino es con sanitarios de por medio y en un hospital, no es posible. En ese momento la cogí y al sentirme ya si se movió y lloriqueó, eso me tranquilizó. La puse en mi pecho y la envolví como pude con el jersey que llevaba puesto, hacía mucho frio, eran las ocho de la mañana de un domingo de diciembre pero en ese momento no tenía nada más a mano.

Nació justo al llegar a la rotonda del Hospital Materno Infantil de Jerez de la Frontera, parecía mentira que estuviéramos a escasos cincuenta metros de la puerta del hospital pero que mi bebé no quisiera nacer allí.

Fue su decisión, porque ella supo nacer donde quiso, regalándome el parto más bonito que jamás soñé. Lo hizo ella, yo hice fuerzas con mis pies, relajé mi vagina y ella supo salir, porque mi cuerpo sabía parir y ella sabía nacer.

Llegamos a la puerta de urgencias del hospital. Mi marido se bajó del coche corriendo y muy nervioso. Entró y al ver a una sanitaria y le dijo: – ¡Mi mujer, mi mujer que ha dado a luz en el coche y trae ya a la niña en brazos! – ¿Eso cómo va a ser? – Le respondió la mujer sin moverse por no dar crédito a lo que le decía. – ¡Chiquilla que es verdad! ¡Que salgas y lo veas! – Le dijo mi marido alterado. Entonces ella avisó a todos sus compañeros y alrededor de 12 sanitarios salieron corriendo hacia nuestro coche. Y allí estaba yo, con una relajación inmensa, viviendo uno de los momentos más bonitos de mi vida con mi bebé entre mis brazos. Llegaron los sanitarios y en ese momento, cuando ya estaba atendida y a salvo, Sergio se derrumbó, solo lloraba y lloraba. Le dije que avisara a mi madre de que las dos estábamos bien, para mi era muy importante que mi madre supiera que todo había ido bien. Los médicos hablaban entre ellos para organizarse y querían coger a mi niña, querían que me bajara del coche…y ahí empezó el resultado de tanto trabajo realizado durante mi embarazo, el de mi empoderamiento y mi seguridad. Ahí empezaba la superación de mis miedos, la sanación del parto de mi primer hijo. Y lo hice, fui la directora de mi parto, ellos sólo me acompañaron y me ayudaron pero yo dirigía. Les respondí que no me iba a bajar aun, que necesitaba estar ahí un momento, también quisieron pinzar el cordón y sino llego a parar a la sanitaria a tiempo lo hace, así sin más, sin preguntar siquiera. Pero le dije que no pinzara el cordón aún, que quería esperar. Ellos no paraban de preguntarme que dónde había sido y que a qué hora. Les expliqué que había sido justo en la rotonda hacía sólo dos minutos siquiera.

Así que me dejaron, la sanitaria me entendió y me preguntó que si quería un pinzamiento tardío y le dije que sí. Mientras tanto yo trataba de que mi hija se enganchara a mi pecho. Y todos me respetaron, la examinaron en mis brazos y se quedaron al lado de la puerta del coche esperando a que yo les avisara para salir.

Cuando pasaron unos quince minutos empecé a sentir dolores de nuevo y gracias a toda la información que había adquirido durante mi embarazo supe que era la placenta. Les avisé de que ya quería bajar, una sanitaria me enseñó el cordón y me dijo que ya no tenía latido que si lo podía pinzar ya y le dije que sí.

Me ayudaron a montarme en la silla de ruedas y me llevaron hasta paritorio. Al llegar a paritorio me pasaron al potro, entendí que tenía que estar allí porque debían examinarme pero era muy incómodo. Eran dos matronas, jóvenes, no se presentaron pero observe que la que se llamaba Elena (lo supe porque lo ponía en su gorro) era mi matrona y la otra chica estaba de prácticas. También había una enfermera de más edad. Las dos matronas se vieron hacia mí y empezaron a tocarme la barriga, les pregunté que hacían y la de prácticas que fue la que me atendió, me respondió que la placenta debía salir, que hasta que no saliera no terminaba el parto. En ese momento supe lo que pretendían hacerme, me querían sacar la placenta manualmente, así sin volver a preguntar.

Aún recuerdo como lo hicieron en mi primer parto y como me traumatizó, una por cada lado y a la de tres me aplastaron la barriga como planchándomela para sacarme la placenta, algo tan bruto como inhumano. Yo tenía claro que eso no iba a volver a suceder. Le dije que eso ya lo sabía, pero que estaba teniendo contracciones muy fuertes y que quería expulsar la placenta sola. La chica no daba crédito, miró a Elena y dijo: – Pero a ver, ¿a qué hora haba sido el parto? Es que la placenta tiene que salir ya. Yo no tenía ni idea…allí había un reloj que marcaba las 8:45, entonces les dije que no estaba segura pero que sería sobre las 8:20 o y 25 porque a las 8:15 aun estábamos en la carretera. Así que Elena dijo: – Bueno en realidad podemos esperar 40 minutos desde que nació. Y eso hicieron, se pusieron a mi lado a esperar que yo expulsara la placenta sola, como yo quería, respetándome. Sentía olas uterinas muy fuertes y tuve que pedir que cogieran a mi bebé porque necesitaba agarrarme a algo y concentrarme en respirar. Y cuando lo hicieron, en la siguiente contracción, disparada, salió la placenta. La cogieron y la pusieron en una mesa para examinarla y todo estaba bien. Apareció un matrón muy joven y con inconfundible acento gaditano me dijo: – ¡Esa matrona! No pude hacer otra cosa que reírme. Él me explicó que vendría por mi para hacerme la PCR una vez que acabaran conmigo. Ahora tenían que examinarme para ver si me había desgarrado y coserme.

Ahí empecé a preguntar por mi marido y me dijeron que no sabían, al rato lo volví a preguntar y me volvieron a responder lo mismo. Así que a la enfermera mayor que estaba allí sin hacer nada, le dije que si por favor podía salir a buscarlo, a lo que me respondió literalmente “Yo no voy a salir ahora”. Me enfadé, les dije que sabía mis derechos y sabía que podía estar acompañada y que quería a mi marido allí conmigo. Elena se dirigió hacia una ventana que daba a una habitación donde había más sanitarios y escuché la palabra marido, así que imaginé que había preguntado por él y me dijo que estaba arreglando el ingreso, que no tenían ningún dato sobre mi ni sobre mi embarazo y que él estaba arreglando todo eso pero que ya venía. Le di las gracias, ella me respetó en todo momento y fue muy cariñosa conmigo.

Y apareció Sergio, aun me emociono al recordar su entrada a paritorio. Traía los ojos llenos de lágrimas. Podía ver su sonrisa de oreja a oreja a través de la mascarilla. Sus ojos estaban anclados a los míos, no paraban de mirarme. Dicen que las miradas hablan, pero en ese caso la suya estaba gritando “te quieros”.Cogió a nuestra hija y estuvo ya todo el rato con ella.

Se acercó la matrona Elena para decirme que me había desgarrado y que me tenían que coser. Me explicó que me administrarían anestesia local pero que en la última capa de la piel no haría efecto, y así fue. Primero me echaron un spray que anestesiaba un poco la zona donde me iban a pinchar, me pincharon y empezaron a coser. Al principio no sentí nada pero cuando empecé a sentir, el dolor era insoportable. Me estaba cosiendo la chica de prácticas y me decía que necesitaba que no me moviera y me daba mucha pena pero no podía evitar moverme, me dolía mucho y estaba agotada, sentía que no tenía más fuerzas. Entonces Elena se acercó, me cogió de la mano y me dijo mirándome a los ojos: – Ana yo sé que coserte sin epidural duele muchísimo cariño, te entiendo porque lo sé, pero tienes que evitar moverte, tienes que intentar estar quieta. Y esas palabras acompañadas de su amabilidad y amor hicieron que volviera a coger fuerzas. Me eché hacia atrás y empecé a concentrarme en mi respiración. Le pedí que cuando pensara que me iba a doler por favor me avisara. Así lo hizo la otra chica que nunca supe como se llamaba, me avisaba y yo cerraba los ojos y me concentraba en mi respiración y en no moverme y ella me felicitaba. Ya había terminado todo, me pasaron a la silla de ruedas y me llevaron a hacerme la PCR, estaba agotada. Al volver de hacerme la prueba me encontré a Elena y la llamé, le dije que quería darle las gracias por sino la volvía a ver, que estaba muy agradecida de como me había tratado y ella y su modestia me respondieron: – ¿Yo? ¡Si lo has hecho todo tú sola campeona!

Y al fin nos quedamos solos los tres, sin dar crédito aun de lo que había sucedido. Sergio no paraba de admirarme y decirme una y otra vez palabras preciosas. Mi hija se había enganchado al pecho perfectamente y yo no paraba de mirarla y acariciarla.

Soy de un pueblo y la historia no tardó en conocerse. La mayoría de la gente no paraban de repetirme lo valiente, fuerte y campeona que había sido y si te digo la verdad Carmen, yo me sentía así pero no por el parto, sino por mi actuación desde que llegué al hospital. Tomé las riendas de mi parto, lo dirigí, supe parar toda actuación que no quería que se llevara a cabo y los sanitarios me respetaron y acompañaron en todo momento. Siento que lo que hice, parir sola, puede hacerlo cualquier mujer porque estamos hechas para eso, así que de lo que me realmente me siento orgullosa es de cómo actué una vez que llegué al hospital, de ser la directora de mi parto y de haber conseguido empoderarme.

Gracias a este parto he conseguido alcanzar un crecimiento personal y lo más importante para mi, he sanado el parto de mi primer hijo. Ya no le guardo rencor a aquella anestesista que no paraba de gritarme que “me quedaría invalida sino me quedaba quieta”, (pobre que no sabía el significado de inválido), o esa ignorancia presente en todo momento.

Todo gracias a mi hija, me dio una nueva oportunidad y yo supe aprovecharla, me dio el parto más bonito que jamás soñé.

Por cierto, nunca se nos ocurrió pinzar el cordón con cordones de zapatos y por supuesto mi marido nunca se atribuyó ningún mérito, siempre dice que él solo conducía, que lo hice yo todo solita, pero yo ya le he explicado que hizo mucho más que eso. Han sido muchas las personas que me han ayudado en esta etapa de mi vida y tú Carmen has sido una de ellas, te estoy realmente agradecida. Además de adquirir nuevos conocimientos, me has ayudado a empoderarme y a recordar la mujer que realmente soy. Gracias de corazón.

 

 

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Recuerdo gritar muy fuerte “vieneeee” y empujar, y sentir como mi pequeña asomaba y se metía. En el siguiente pujo, mi pareja me dijo que la veía, que tocase su cabeza, y sentí su pelo. Al siguiente, la cabeza empezaba a salir, y al siguiente, su cabeza salió. Realmente fue la experiencia más impresionante de mi vida.

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Natalia

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Y por fin ahí estábamos las dos disfrutando ese intercambio de miradas. Se enganchó al pecho a los pocos minutos. Yo no tuve ningún tipo de desgarro y me encontraba fenomenal, más empoderada que nunca y con ganas de gritarle al mundo y en especial a las mujeres que somos pura magia.

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Lorena Cañón

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