Tras 5 semanas en reposo, Laura se sintió llena de energía para experimentar el parto de Hugo y darse la oportunidad a si misma de que fuese como ella quería. Un parto natural y respetado que le dio la oportunidad de sentirse en conexión con todo el poder de su feminidad dando a luz a su hijo llena de poder. ¡Muchas felicidades familia, y bienvenido Hugo!
Este es su testimonio:
La foto de esta entrada es la última que me hice estando embarazada, la misma noche que di a luz y justo antes de dirigirnos al hospital.
Me sentía mal desde el día anterior, o para ser completamente justa, desde que cinco semanas antes tuviera una amenaza de parto prematuro. El reposo fue duro, quería que mi bebé llegara a término y me imponía largos días estirada en la cama a pesar de que mi cabeza me decía “¡aprovecha para dedicarle tiempo en exclusiva a tu hijo mayor!”. No me sentía nada empoderada y eso me generaba tristeza.
A pesar del malestar, cuando empezaron las olas uterinas un miércoles 26 de agosto a las 22.30, de repente, me entró una energía en el cuerpo que podría haber corrido un maratón. Mi actitud había cambiado radicalmente en cuestión de unas pocas horas.
Llegué al hospital a las 3.40h con olas uterinas cada 3’ y dilatada de 5cm. Me animé todavía más. Con mi primer hijo había llegado al hospital de 3cm tras 24h de contracciones, así que esta vez, ¡estaba ya medio hecho!
Pedí sala de partos natural y la bañera. Me quise meter enseguida puesto que mi experiencia la vez anterior había sido muy positiva (dilaté muy rápido). Esta vez se me pararon un poco al principio (de lo que me relajó el agua calentita por la espalda que me iba echando mi marido), y la matrona me comentó que si la frecuencia de las olas disminuía, tendría que salir del agua.
Sin embargo, lejos de ello, las olas uterinas empezaron a aumentar en el tiempo y en intensidad. Mi marido puso música de ambiente, Dylan. Entre ola y ola -seamos sinceras- no sentía placer a nivel físico, pero estaba feliz y podía pensar con claridad, como tomando consciencia del momento y exprimiéndolo al máximo.
La matrona nos dejaba intimidad. Venía a controlar la frecuencia del bebé de vez en cuando. El resto del tiempo, mi marido y yo, con luz tenue, él presionando el sacro cuando llegaba la ola uterina y yo intentando realizar la respiración ascendente lo mejor que podía. Me movía continuamente y me ayudaron mucho las posiciones tipo cuclillas, de rodillas y un poco inclinada hacia adelante, etc.
En un momento determinado ya no quise más presión en la zona del sacro. Cuando me venía la contracción, movía las caderas como haciendo un ocho y eso me “relajaba” la zona. No voy a engañar: dudé de si sería capaz de dar a luz sin epidural. Las olas uterinas eran como descargas eléctricas que recorrían mi cuerpo desde la zona lumbar hasta las rodillas. Pero me seguía aferrando a la idea de dar a luz sin anestesia. Fue una cuestión de curiosidad (qué se siente dando a luz), de querer vivir lo que probablemente sea la experiencia más animal en la vida de una mujer y del recuerdo no muy bueno de la epidural en mi primer parto.
Mi marido no tardó en decirme que si me dolía, no me hacía falta sufrir. Pero la comadrona me dijo que seguramente estaría cerca de la dilatación total. Imagino que mi cara era un poema en aquellos momentos y el agua ya tenía tintes de sangre, probablemente consecuencia de las modificaciones del cuello del útero. Decidí seguir sin epidural; pensé que ninguna mujer había muerto de dolor. En aquel momento esa idea me dio fuerzas. La comadrona me dijo que por protocolo, cuando me entraran ganas de empujar, tenía que salir de la bañera.
Ni 5’ después estaba mi marido llamando a la comadrona, que no tardó en llegar, ayudarme a salir y preguntarme cómo me quería poner. En un primer instante pensé de pie (por eso de la gravedad), pero necesitaba una postura más similar a las que había tenido en la bañera, así que grité “¡a cuatro patas!”.
Me intentaron poner una pelota para que apoyara las manos, pero yo solo quería empujar. En el primer pujo ya se veía la coronilla de Hugo. Yo chillaba y cogía la mano de mi marido muy fuerte. Se rompió la bolsa y vi salir líquido amniótico. Dos pujos más y la cabeza estaba fuera. Ni tan solo había tenido que hacer fuerza, mi cuerpo había empujado solo y a juzgar por el número de pujos, de manera bastante eficiente. Un pujo más y Hugo había nacido. 4 kg de pura felicidad. Después faltaría el alumbramiento, los primeros instantes de Hugo en el piel a piel y los puntos. Pero eso es otra historia…
Gracias al personal profesional y atento del Parc Taulí Sabadell y en particular a la comadrona que asistió mi parto, C.O. (si lees esto y reconoces el parto, ¡muchas gracias!). Ni en mis mejores sueños podría haber imaginado un parto más respetado y bonito. Mi hijo llegó a este mundo de la mejor manera posible, regalándome una noche mágica que nunca olvidaré.
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